El león afortunado
por Enrique Guillermo Avogadro (Nota N° 937)
"Cuando el saqueo se convierte en el modo de vida de un grupo de hombres en una sociedad,
éstos no tardarán en crear un sistema legal que lo autorice y un código moral que lo glorifique”.
Frédéric Bastiat
Napoleón
elegía a sus generales por la suerte que los acompañaba en batalla; de haber
sido contemporáneos, Javier Milei hubiera sido seguramente escogido. Un nuevo
escándalo detonó en el H° Aguantadero cuando los senadores, votando a mano
alzada, se duplicaron las dietas (sueldos) que ellos mismos perciben, pese a
tener libre ejercicio de sus respectivas profesiones, en medio de una angustiante
pérdida de poder adquisitivo de salario y jubilaciones y del riesgo de
desocupación que conlleva la fuerte recesión. La ciudadanía, estupefacta por la
clara desconexión que existe entre estos miembros de la “casta” multipartidaria,
reaccionó con enorme indignación, pues achaca al Congreso, con razón, no sólo
trabajar muy poco sino que, cuando lo hace, complica la vida de todos, como fue
la nefasta ley de alquileres, ahora derogada por el DNU presidencial, que sacó
del mercado a la casi totalidad de inmuebles de renta.
El
periodismo libre, esencial custodio de la democracia (mal que le pese al
Presidente, que lo castiga ante la menor crítica), y las redes sociales incrementaron
la rabia de la sociedad frente a esa manifestación de inaceptables privilegios,
difundiendo la inexplicable cantidad de asesores y empleados que dependen de
cada legislador, algunos de los cuales engordan sus emolumentos reteniendo
parte del salario que les atribuye.
Y es razonable
la furia cuando se suman otras informaciones: en ciertos casos, el número de
inútiles asesores individuales supera los cuarenta; los miembros del Congreso,
cuando terminan su período como senador o diputado, habitualmente los hacen
nombrar en la planta permanente del Poder Legislativo, en las famosas “capas
geológicas” que explican la enorme cantidad de empleados de éste; gozan de un
suplemento por “desarraigo”, que perciben todos los que viven fuera de la
ciudad de Buenos Aires; pueden cambiar por efectivo los pasajes de avión que
reciben para asistir a las reuniones de comisiones y del cuerpo; disponen de
automóviles y celulares cuyo costo es soportado por el Congreso (todos
nosotros); etc., etc.. Cuando ve trabado en los laberintos de la política las
leyes que pretende, ¿qué más hubiera podido pedir Milei para desacreditarlos
que esta impúdica exhibición de poder de la “casta”?
Para el
martes 23 ha sido convocada una marcha para protestar contra lo que falsamente
se presenta como un recorte al presupuesto educativo cuando, en realidad, lo
que busca el Gobierno es terminar con los focos de enorme corrupción que
representan las nuevas universidades de bajísima calidad, creadas a mansalva
para satisfacer las ansias de poder y dinero de
funcionarios y caudillos de todos los pelajes que sólo son,
verdaderamente, centros de adoctrinamiento político al servicio de los
“barones” del Conurbano y fuentes inagotables de corrupción. Esto último se
prueba más que razonablemente por la adhesión a esa marcha de las
organizaciones piqueteras unificadas, cuyos integrantes pagan –con sus
impuestos, como el IVA de alimentos- el costo de una universidad pública a la
cual, pese a ser gratuita, sus hijos no podrán asistir por falta de recursos,
tal como demuestra la composición social del alumnado.
Me
permito insistir con cuanto dije en una antigua nota –“Estúpida Universidad” (ln.run/7a75e)- ya que
formulé una propuesta para ayudar al país y, sobre todo, a nuestro futuro. Todo
tiene solución, pero se necesita coraje y poco temor a los gritos
enfervorizados del radicalismo, de La Cámpora y del trotskismo, dispuestos a
aplaudir cualquier disparate y, sobre todo, a oponerse a cuanto afecte sus
insaciables bolsillos. En ella propuse terminar con el ingreso irrestricto y
con la existencia de estudiantes crónicos, con la gratuidad de la enseñanza
para los extranjeros, con la angustiosa falta de profesionales en ciencias
duras y el absurdo exceso de graduados en carreras innecesarias, con los
déficits en infraestructura, laboratorios y medios de investigación, y recomendé
un método claro para mejorar la calidad de la enseñanza y la retribución a los
profesores, y para poner a la universidad al servicio del desarrollo real del
país y atraer inversiones externas, que necesitamos con desesperación.
Este
último tema se vincula, lamentablemente, con la seguridad jurídica, una natural
exigencia de los capitales para aposentarse en cualquier nación. Y es aquí
donde la ya formalizada postulación del Juez Federal Ariel Lijo para integrar
la Corte Suprema adquiere caracteres dramáticos. Cuando se han expresado tan en
contra de su designación todas las entidades empresarias (AEA, AmCham, IDEA,
ACDE, UIA, CAC, etc.) y las organizaciones que representan a la sociedad civil
(Conciencia, Colegio Público de Abogados, Colegio de Abogados de la Capital
Federal, CyCIP, etc.) la insistencia de Milei resulta inexplicable y altamente
sospechosa. ¿Por qué no llamar a concurso público de postulantes?
Para su
nombramiento, la mayoría especial que la Constitución exige (dos tercios de los
senadores presentes) requerirá del voto de muchos de los integrantes de los
bloques kirchneristas; ¿cuál será la moneda de cambio que el Gobierno estará
dispuesto a ofrecer para obtenerlos? ¿Alguna forma de impunidad para los
innumerables delitos imprescriptibles cometidos por la asociación ilícita
comandada por Cristina Fernández? Si así fuera, todo el gran capital político
que conserva el Presidente, aún en medio de este tan salvaje como inevitable
ajuste, se habrá perdido irremediablemente y la Argentina volverá a derrumbarse
al abismo de la historia.
Publicado en:
https://www.informadorpublico.com/opinion/el-leon-afortunado
https://totalnewsagency.com/2024/04/19/el-leon-afortunado/
https://prisioneroenargentina.com/el-leon-afortunado/
https://periodicotribuna.com.ar/36540-el-leon-afortunado.html
https://www.lavozdeminaclavero.com/editoriales
https://www.notiar.com.ar/index.php/opinion/130546-el-leon-afortunado-por-enrique-avogadro